Juan 4.25-26 – Jesús es el Mesías

Juan 4.25-26 – Jesús es el Mesías

Comentario Bíblico Devocional del Evangelio de Juan

Muy bienvenidos al comentario del Evangelio de Juan, publicado por Gracia y Vida.

En esta publicación continuaremos con nuestro estudio de la historia de Jesús y la mujer samaritana, y en el texto de hoy podremos ver y entender que Jesús es el Mesías de Dios, el Cristo.

Hoy haremos un análisis, estudio y aplicación de los textos de Juan 4.25-26. Y para esto te presentamos un análisis del texto y de todos los datos necesarios para comprender el mismo en su contexto.

Antes de comenzar con tu lectura te invitamos a orar. Esperamos que El Espíritu Santo se manifieste a través de tu estudio de la palabra de Dios, y que esta lectura sea de bendición para tu vida.

Texto Bíblico

25 La mujer le dijo: «Sé que el Mesías viene (el que es llamado Cristo); cuando Él venga nos declarará todo». 26 Jesús le dijo: «Yo soy, el que habla contigo». Juan 4.25 y 26

Introducción

Hasta este punto de la historia (del encuentro entre Jesús y la mujer samaritana) hemos visto diferentes temas:

El día de hoy nos toca ver una revelación muy especial, y también particular, de parte de nuestro Señor Jesucristo, ya que con la excepción de otro evento similar, en ninguna otra ocasión manifestó explícitamente ser el Mesías.

Ahora, ¿Sabes tú qué significa la palabra Mesías y qué implica que Jesús haya sido el Mesías designado y enviado por Dios? Antes de comenzar con nuestro análisis del texto te invitamos a leer:

El significado de la palabra Mesías y qué implica que Jesús haya sido el Mesías

Para comenzar debemos decir que tanto la palabra Mesías (del hebreo Māšîaḥ), como la palabra griega Cristo tienen el mismo significado, el cual es “Ungido”.

Para entender qué implica la palabra pudiéramos comenzar por observar que, en el Antiguo Testamento, las personas elegidas por Dios para realizar tareas específicas y especiales, eran ungidas con aceite. Esto es importante porque hay una continuidad en el significado y en la implicancia de esta palabra que se comparte en ambos Testamentos.

Veamos un poco más al respecto:

Los siervos escogidos por Dios en el Antiguo Testamento

Dios mismo les hablaba a sus siervos para indicarles que tal o cual persona debía ser ungida. Cuando dicho acto se llevaba a cabo, el mismo servía como testimonio de la elección y del llamado de Dios para que dicha persona le sirviera.

Sucedía normalmente que al concretarse el hecho, es decir, una vez ungidas, esas personas comenzaban a vivir una nueva experiencia relacional más íntima con Dios y, aunque el momento de comenzar con la tarea no siempre era inmediato, la persona tenía en claro qué debía hacer cuando dicho momento llegara.

Así por ejemplo podemos ver que tanto Saúl (1 Samuel 10.1) como David (1 Samuel 16.1-13) fueron ungidos para ser reyes de Israel. Ambos fueron ungidos y un tiempo después pudieron cumplir el mandato divino. Obviamente no fueron los únicos.

Ahora, no tan solo los reyes eran ungidos, sino que también lo eran los sacerdotes como Aarón y sus hijos (Éxodo 30.30; Levítico 8.30), y así mismo los profetas, como por ejemplo Eliseo (1 Reyes 19.16). Seguramente has de encontrar más ejemplos si los buscas.

Todo esto nos lleva a decir que:

Cada persona elegida por Dios para realizar una tarea específica para su servicio era ungido. Este ungimiento valía como una designación particular de Dios y como un testimonio para la persona llamada y para los que presenciaran tal acto.

La expectativa y la esperanza de la llegada del Mesías

Fue después de la promesa de Dios a David que los judíos pudieron comprender que cierta persona, llamada “el ungido de Diosvendría para ocupar el trono de David. Gracias a ella podía entenderse que el Mesías sería un Rey tan especial que tendría un reino sin final. Leamos:

Él edificará casa a Mi nombre, y Yo estableceré el trono de su reino para siempre. 2 Samuel 7.13

Además de esta profecía, podríamos encontrar una enormidad de ellas, aplicables todas a Jesús. En algunas de ellas se lo menciona como el Mesías que iría a venir (Salmos 2.2 y Daniel 9.25), pero también en otras se lo llama: Emmanuel (Isaías 7.14), el gobernante de Israel (Miqueas 5.2), el Señor (Isaías 40.3), etc., etc.

Esta enormidad de profecías nos permite entender la gran expectativa albergada en los corazones de los judíos, quienes esperaban al Mesías prometido por Dios (y aún así nos resulta lamentable que la idea a la cual se habían hecho sobre el mismo, finalmente cegó el entendimiento de muchos de los que lo tuvieron frente a frente…).

Para concluir con esta breve reseña sobre el Mesías en el Antiguo Testamento, nos gustaría dejarte una cita bíblica hallada en el libro de Jeremías, la cual nos ayudará a entender todavía mejor la gran expectativa del pueblo, dado que la misma era interpretada como una profecía de lo que sucedería con la llegada del Mesías, leamos:

31 Vienen días», declara el Señor, «en que haré con la casa de Israel y con la casa de Judá un nuevo pacto, 32 no como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto, Mi pacto que ellos rompieron, aunque fui un esposo para ellos», declara el Señor.

33 «Porque este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días», declara el Señor. «Pondré Mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré. Entonces Yo seré su Dios y ellos serán Mi pueblo. 34 No tendrán que enseñar más cada uno a su prójimo y cada cual a su hermano, diciéndole: “Conoce al Señor”, porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande», declara el Señor, «pues perdonaré su maldad, y no recordaré más su pecado». (…)

38 «Vienen días», declara el Señor, «en que la ciudad será reedificada para el Señor, desde la torre de Hananel hasta la puerta del Ángulo. 39 Y el cordel de medir saldrá más allá, directamente hasta la colina de Gareb, y girará hasta Goa. 40 Y todo el valle de los cadáveres y de las cenizas, y todos los campos hasta el arroyo Cedrón, hasta la esquina de la puerta de los Caballos hacia el oriente, serán santos al Señor. La ciudad no será arrancada ni derribada nunca jamás». Jeremías 31.31-34, 38-40.

¡Qué texto más maravilloso! ¿Cómo no entender a aquel pueblo luego de leer este tipo de profecías?

Recordemos que la nación de Israel había sufrido por mucho tiempo y que la situación reinante en su sociedad cada día, sumada a la esperanza que la palabra de Dios les proveía, hacían que ellos estuvieran poco menos que “desesperados” por ver el cumplimiento de las mismas. Lo mismo es cierto para con los samaritanos.

La implicancia del término Mesías en el Nuevo Testamento

Pasando ya al Nuevo Testamento, se puede ver, por ejemplo, como el mismo Juan registra la alegría de Andrés al anunciar a Simón Pedro, que habían encontrado al Mesías (ver Juan 1.40-42).

También Pablo nos habla de Jesús llamándolo el “Cristo”, y diciendo de Él que murió por nosotros (Romanos 5.8). Véase incluso como en 1 Corintios 1.1-2 utiliza dos maneras para mencionar a Jesús; en 1.1 lo llama Jesucristo, en tanto que en 1.2 Cristo Jesús. En la concepción paulina tanto el nombre de Jesús como su ministerio son inseparables.

Además también otros muchos textos nos permiten ver a Jesús como el Mesías. Ver por ejemplo Marcos 8.29; Juan 1.41; 10.24-25; etc., etc. Más allá de estos textos, fue particularmente el Evangelio de Mateo quien procuró demostrar este hecho.

Mateo nos da abundantes referencias acerca de las profecías hechas sobre Jesús. En muchos versículos de su evangelio encontramos la frase: “escrito está” asociada con el Mesías. Esto es lógico dado que él intentó demostrar al pueblo judío que en Jesús se cumplían las profecías mesiánicas.

Podemos ver algunas de estas referencias en Mateo 2.2; 4.6-7; 11.10; 16.16; 26.24; 26.31, etc., etc. Si te interesa leer más al respecto, Gracia y Vida tiene un estudio sobre las profecías cumplidas por Jesús según el Evangelio de Mateo, el cual te invitamos a leer.

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Pasemos ahora al:

Análisis del Texto Bíblico

25

La mujer le dijo: «Sé que el Mesías viene (el que es llamado Cristo)

Ya habíamos analizado la pregunta anterior de dicha mujer. Ella le había preguntado por el lugar correcto de adoración. La respuesta de Jesús obviamente había descolocado a la mujer, dado que Él había cambiado el enfoque de lo que en verdad era importante:

Ni en este monte ni en Jerusalén, sino que lo importante es adorar en espíritu y en verdad.

Por ende, mientras ella pensaba en el lugar, Jesús le habló de la manera adecuada de hacerlo; y al mismo tiempo le dejó bien en claro que la controversia que mantenían judíos y samaritanos por este tema intrascendente.

¿Qué llevó a la mujer a cambiar abruptamente de tema? Esto es algo que podemos suponer: Ante tamaña declaración de Jesús, alguien que ya le había demostrado que no era un hombre común, ella por fin declaró algo que tenía mucho sentido:

La autoridad final estaría en la persona del Mesías. Él sin dudas podría decir con total autoridad qué era lo verdaderamente importante para Dios. Sólo el Mesías podría y debería ser escuchado.

Esto claramente desencadenó la afirmación de Jesús, pero analizaremos su respuesta más abajo. Por ahora es importante que podamos observar los siguientes temas:

A- No solo los judíos esperaban al Mesías, sino que también los samaritanos

Pero, ¿Cómo sería esto posible, dado que ellos solo aceptaban el pentateuco y no los libros proféticos? Bueno, es que es posible encontrar una referencia al Mesías en el libro de Génesis:

El cetro no se apartará de Judá,

Ni la vara de gobernante de entre sus pies,

Hasta que venga Siloh,

Y a él sea dada la obediencia de los pueblos.

(Génesis 49.10 – Siloh es interpretado como “Él”, la persona designada por Dios, como el Gran Rey de parte de Dios – Ver la traducción NVI)

Además de esta profecía, también era más que conocida la de Génesis 3.15, por lo que la expectativa de la venida del Mesías era compartida tanto por los judíos como por los samaritanos.

Juan 4.25-26 - Jesús es el Mesías
Juan 4.25-26 – Jesús es el Mesías

B- La aclaración del apóstol Juan

Esta aclaración: “el que es llamado Cristo”, es otra de las evidencias de que las personas a quien se dirigía este evangelio no eran de procedencia judía.

Hemos mencionado en otras muchas ocasiones (ver la introducción al Evangelio de Juan) que fue el apóstol Juan quien escribió este evangelio casi al final de su vida, cerca del año 100 d. C. El mismo fue escrito en Éfeso para ser leído por la Iglesia de esa ciudad de Asia Menor, por cristianos de procedencia mayormente griega.

Es por esto que el apóstol necesita hacer la aclaración de qué significaba la palabra Mesías y a quien se le aplicaba. Si bien era muy bien comprendida entre la población judía (y samaritana), no lo era para otras culturas. Vale aclarar que no fue la mujer samaritana la que hizo esta aclaración sino el escritor de este Evangelio.

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Continuando ahora con nuestro texto, vemos que la mujer hace la siguiente declaración de fe sobre el Mesías:

Cuando Él venga nos declarará todo

Ya habíamos dicho que el pueblo de Dios esperaba al Mesías, de quien estaba profetizada su venida, y que tanto Judíos como Samaritanos espereban su llegada.

Según la expectativa judía, Él tomaría el control sobre la nación de Israel y se restauraría el poder del reino de David. Pero según la expectativa samaritana, más allá de tomar el control, de tener autoridad y de gobernar, Él declararía y revelaría todas las cosas.

Es obvio que ambas visiones depositaban todas sus expectativas en el Mesías, y por lo tanto, esto mismo es lo que con tanto fervor esperaba la mujer que hablaba con Jesús. Al declarar todas las cosas, Él tendría una autoridad tal que ningún hombre se le podría oponer.

Esa era la esperanza, no solo de la mujer, sino también de todo su pueblo. Una esperanza de restauración que los pondría nuevamente en su lugar. Después de tantos años de segregación y de discriminación, ellos podrían volver a pertenecer al pueblo de Dios.

Entonces, es lógico dado el contexto, que el Mesías fuese la palabra de autoridad que ella tanto esperaba. Y por ende, si lo que Jesús le había dicho era correcto, el Mesías lo revelaría.

Muy posiblemente esta era la razón para que la mujer saltara (o pasara) del tema sobre el lugar de adoración, a este otro tema sobre el Mesías. Posiblemente, dado que no sabía frente a quien estaba, que no estuviera tan segura sobre esta afirmación y quisiera tener una palabra de autoridad al respecto.

Como hemos dicho, este era un “pie” fenomenal (maravilloso, oportuno y único) como para que Jesús se acercara un “pasito” más a lo que era su propósito, su meta principal para tomar este camino que pasaba por samaria (Juan 4.4), y para comenzar el diálogo con la mujer samaritana.

El objetivo fundamental de Jesús era obsequiar la salvación, tanto a la mujer, como también a todo su pueblo.

Éste era el propósito divino que Jesús perseguía. El agua de vida estaba allí dispuesta para ella, y la mujer sólo debía pedirla y tomarla (esta misma oportunidad te espera hoy también a ti ¿Lo sabías?).

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La clara respuesta de Jesús, quien había tomado el control de la conversación desde el primer momento de la misma, fue la siguiente:

26

Jesús le dijo: «Yo soy, el que habla contigo»

¡Cuán maravillosa afirmación! Una que ella no habría podido imaginarse. Ni siquiera los discípulos habían tenido una afirmación como esta (por lo menos, no la encontramos escrita en la Biblia).

Dos veces salió de la boca de Jesús tal declaración. Sin lugar a dudas esta oportunidad lo ameritaba, y es por eso que vemos que Él no dudó en revelar quién era: El enviado de Dios para la salvación del mundo. En Él se cumplía la profecía de Isaías, quien expresó:

El Espíritu del Señor Dios está sobre mí,

Porque me ha ungido el Señor

Para traer buenas nuevas a los afligidos.

Me ha enviado para vendar a los quebrantados de corazón,

Para proclamar libertad a los cautivos

Y liberación a los prisioneros; Isaías 61.1

La otra oportunidad en la cual Jesús reveló explícitamente su misión y su condición de Mesías, fue en ocasión de la sanidad de un ciego de nacimiento, a esta otra persona Jesús le preguntó lo siguiente:

35 (…) «¿Crees tú en el Hijo del Hombre?». 36 Él le respondió: «¿Y quién es, Señor, para que yo crea en Él?». 37 Jesús le dijo: «Pues tú lo has visto, y el que está hablando contigo, Ése es». 38 Él entonces dijo: «Creo, Señor». Y lo adoró. 39 Y Jesús dijo: «Yo vine a este mundo para juicio; para que los que no ven, vean, y para que los que ven se vuelvan ciegos». Juan 9.35-3

Por nuestra parte, nosotros ya en otro momento habíamos aclarado que Jesús prefería el título de “Hijo del Hombre” en lugar del de “Mesías”. En el momento de hablar sobre ese tema habíamos dicho que la razón para esto era su identificación con la humanidad.

Él se veía a sí mismo como un pariente redentor de la humanidad (el llegar a serlo era la única manera de poder redimir a la misma). Puedes leer más al respecto en el estudio de Juan 3.13 – Jesús es el Hijo del hombre.

En todas las demás oportunidades Jesús había pedido a las personas y a sus discípulos que no revelasen su identidad, lo cual era más que importante para no acelerar el proceso de su muerte en mano de las autoridades de Israel.

Para explicar un poco mejor esta situación, baste con considerar que el ministerio principal de Jesús fue en Galilea, y no en Jerusalén. Si bien en dicha provincia las autoridades tenían poder, y siempre contaban con quien les contara sobre la actividad de Jesús, era en Jerusalén en donde ejercían su mayor influencia.

En el tiempo establecido por Dios, Jesús fue a Jerusalén y se quedó allí para llevar a cabo la entrega de Su vida. Pero antes de ese momento: “la hora todavía no había llegado” y es por eso que prefería enseñar, curar y demostrar el amor de Dios sin ser reconocido como lo que era, El encargado de venir a preparar el camino de la humanidad hacia Dios.

Sólo para nombrar unos pocos ejemplos sobre esto, bástenos con los dos siguientes:

13 Cuando Jesús llegó a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a Sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?». 14 Y ellos respondieron: «Unos, Juan el Bautista; y otros, Elías; pero otros, Jeremías o alguno de los profetas». 15 «Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?», les preguntó Jesús. 16 Simón Pedro respondió: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente».

17 Entonces Jesús le dijo: «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos. (…) 20 Entonces ordenó a los discípulos que a nadie dijeran que Él era el Cristo. Mateo 16.13-17, 20

1 Seis días después, Jesús tomó con Él a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto. 2 Delante de ellos se transfiguró; y Su rostro resplandeció como el sol y Sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. 3 En esto, se les aparecieron Moisés y Elías hablando con Él. (…)

5 Mientras estaba aún hablando, una nube luminosa los cubrió; y una voz salió de la nube, diciendo: «Este es Mi Hijo amado en quien Yo estoy complacido; óiganlo a Él».

6 Cuando los discípulos oyeron esto, cayeron sobre sus rostros y tuvieron gran temor. 7 Entonces Jesús se les acercó, y tocándolos, dijo: «Levántense y no teman». 8 Y cuando alzaron sus ojos no vieron a nadie, sino a Jesús solo.

9 Mientras descendían del monte, Jesús les ordenó: «No cuenten a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos». Mateo 17.1-3, 5-9

En otras muchas ocasiones también les pidió lo mismo a las personas que habían recibido algún milagro de Él. Otra ocasión fue por ejemplo en Juan 10.24-25. Pero dado que el punto está más que claro no seguiremos con él. Seguramente podrás encontrar muchas referencias si las buscas.

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Para terminar

Hasta aquí hemos visto todo lo relatado por Juan respecto del encuentro entre Jesús y la mujer samaritana. A continuación vendrán relatos de lo que pasó cuando llegaron sus discípulos y veremos muchas y muy buenas enseñanzas en esos textos, pero también veremos (casi al final del capítulo) el resultado generado por este encuentro.

No queremos terminar esta etapa sin antes decir que, a pesar de la lejanía con Dios de la mujer samaritana, Jesús aún así hizo lo posible por regalarle la salvación. Ésa era Su meta y eso fue lo que logró. Debes saber y comprender que ese mismo amor está hoy disponible para ti.

Y si eres de aquellos que piensan que Dios no puede poner atención en ti, por favor piensa detenidamente en lo siguiente: El amor de Dios no hace diferencias. Todas las personas pueden ser perdonadas. El amor de Jesús está disponible para cada persona en este mundo.

Por favor, detén ahora tu pensamiento en lo siguiente: Hay un contraste enorme entre la historia de Jesús y Nicodemo (la cual puedes leer en el capítulo anterior), y esta historia. Esto es porque ambas personas eran total y absolutamente distintas.

Aquel hombre apreciado y reconocido por el pueblo, conocedor de las escrituras, maestro y dirigente del pueblo, fue conducido a la salvación al igual que esta mujer samaritana, la cual no era judía, ni conocedora de las escrituras, ni tenía una buena reputación para con sus pares en su pueblo.

Ambas historias eran bien diferentes, pero Jesús les habló con amor a ambos, y cada uno de ellos tuvo su oportunidad. Seguiremos viendo esto mismo a medida que vayamos avanzando por todos los demás capítulos de este Evangelio. Y por ende decimos que no hay persona que no pueda recibir el amor y el perdón de Dios.

Pero es importante que veas y que te des cuenta de que, hoy y aquí mismo, en este mismo momento tu tienes la oportunidad de volverte a Dios, de arrepentirte, de ponerte a cuentas con Él. Lo más importante que has podido ver en toda esta historia es que Jesús tiene disponible una oportunidad para ti. ¿Qué harás con ella?

Si gustas, por favor escríbenos. Intentaremos despejar las dudas que pudieras tener y ayudarte en todo lo que nos sea posible. Si quieres acercarte más a Dios y comenzar a tener una relación de amor con Él, aquí te dejamos este enlace: Sé un hijo de Dios.

Por ahora nos despedimos hasta el próximo estudio. ¡Que Dios te bendiga mucho!

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Antes de concluir con esta publicación te queremos dejar algunos otros links que pudieran servirte para continuar estudiando este precioso Evangelio:

Nota

Todas las citas bíblicas fueron tomadas con permiso de la Nueva Biblia de las Américas (NBLA) © 2005 by The Lockman Foundation.


También queremos dejarte otras publicaciones en donde hemos mencionado y tratado el Tema de Jesús como el Hijo de Dios, como el Mesías y como el Salvador del Mundo:

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