Entonces, el Señor Jesús, después de hablar con ellos, fue recibido en el cielo y se sentó a la diestra de Dios.
14 Después Jesús se apareció a los once discípulos cuando estaban sentados a la mesa, y los reprendió por su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado.
15 Y les dijo: «Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura. 16 El que crea y sea bautizado será salvo; pero el que no crea será condenado.
17 Y estas señales acompañarán a los que han creído: en Mi nombre echarán fuera demonios, hablarán en nuevas lenguas; 18 tomarán serpientes en las manos, y aunque beban algo mortífero, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán las manos, y se pondrán bien».
19 Entonces, el Señor Jesús, después de hablar con ellos, fue recibido en el cielo y se sentó a la diestra de Dios. 20 Y ellos salieron y predicaron por todas partes, colaborando el Señor con ellos, y confirmando la palabra por medio de las señales que la seguían.
¡Qué bueno es tener la certeza de que hemos hecho un buen trabajo! ¿Cierto? Da satisfacción.
Jesús tenía una tarea: Salvar a la humanidad. La tuvo desde antes de que fuéramos creados (Efesios 1,4).
Por ende, cuando llegó el tiempo indicado por el Padre, Jesús se despojó de su gloria, descendió a este mundo, y tomo huesos y carne para sí (Filipenses 2.6-7).
Esperó luego por treinta años, y comenzó una tarea que concluiría con su muerte en una cruz.
Vaya destino para aquel que era eterno: Crear una criatura, volverse luego como ella y morir en su lugar…
Insondables son Sus caninos, ¿quién los podrá comprender? (Romanos 11.33-34).
¿Qué puede decir tu creación Señor, sino gracias? ¿En qué forma poder pagar por tanto amor?
Terminado su trabajo, el que una vez fue inmortal, quien luego se volvió mortal por amor, y quién resucitó siendo nuevamente inmortal, volvió a donde había sido su lugar por la eternidad.
A la diestra de Dios el Padre. Esta vez con una nueva tarea por realizar, y siempre por amor, interceder por nosotros (Romanos 8.34; 1 Juan 2.1).
Con esa tan grande tarea ya concluida (la de la cruz), Él sigue obrando por nosotros… ¡Cuánto amor! Cómo dice aquel antiguo himno: ¡Oh, cuán grande amor!
¡Bendito seas Padre Santo por este plan de amor, de gracia y de misericordia, gracias por regalarnos a tu Hijo, por enviarlo para salvarnos!
¡Bendito seas Jesucristo, nuestro Señor amado, por prestarte para tan dura tarea, por amarnos tanto, por tan grande sacrificio, y por está nueva tarea que haces por nosotros!
¡Bendito seas Espíritu Santo, por venir a habitar en nosotros, por guiarnos, por darnos tu fortaleza, por consolarnos, acompañarnos siempre y por tu intercesión a la hora de hablar con el Padre!
¡Cuán grande es el amor de Dios! ¿Cómo no adorarle?
¿Quisieras tomar un instante para hacerlo? Y, más allá de este momento: ¿quisieras entregar tu vida para hacerlo hasta que Él venga por ti?
¡Oh, cuán grande amor!
Gracias, bendito Padre, por tan grande amor que desde siempre nos has tenido.
Gracias por la salvación, por la obra de Cristo en la cruz, por todo lo que ha hecho el Espíritu Santo para que yo hoy esté a tu lado y con fe.
Quiero entregar mi vida para alabarte, servirte y darle gloria a tu nombre.
Espero Padre que me ayudes siempre a estar dentro de tu voluntad, háblame Señor, para que pueda oírte y servirte cada día con amor.
Te entrego mi vida y mi oración, a ti te alabo y te adoro, en el nombre de Cristo Jesús, amén.
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Devocional diario: El ministerio de Jesús
Devocionales basados en el evangelio de Marcos
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